Mié. Oct 9th, 2024
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PRIMER PREMIO DE POESÍA EN LA CATEGORÍA INFANTIL: Sara Tamayo Sierra

MI FLORECILLA

Violeta, Violeta,


tiene nombre de flor,


mi niña preciosa,


con nombre de color.


Es tan traviesa,


como la luna espesa,


cogiendo todos mis trastos,


no me deja dormir la siesta.


¡Ay qué diablesa!


Aunque entre gateo y gateo,


te da un gran beso.


A esta pequeña parlanchina,


la quiero con todo mi corazón,


por eso la deseo en la vida,


todo lo mejor.

PRIMER PREMIO DE POESÍA EN LA CATEGORÍA JUVENIL: David Tamayo Sierra

AUSENCIA



Me dijiste: “a mi me afecta el calor”,


a mi el que te hayas ido


causándome tanto dolor,


por no haberme llevado contigo.images/stories/premiosliterarios2018/dsc_0836.jpg


Nunca podré perdonarte


que te fueras sin despedirte,


tantas noches desvelado en balde


pensando en aquello que no te dije.


Desde que te fuiste,


dejaste tal vacío en mi pecho,


que estoy deseando dormirme


para ver si te veo en mis sueños.


Te buscaría, pero no te iba a encontrar.


te escribiría, pero no ibas a responder.


Te llamaría, y te volvería a llamar;


pero porqué tanto esfuerzo si no vas a volver.

PRIMER PREMIO DE POESÍA EN LA CATEGORÍA DE ADULTOS: Manuel Muñoz Rivera.



PRECAUCIÓN


Y con los meñique entrelazados


caminaban descalzos por la hierba,


hablando de futuros muy lejanos


y de ponerse el mundo por montera.


 


Se besaban con los ojos cerrados,


y brincaban los dos como gacelas.


Se apretaban con fuerza cuatro manos,


riendo sin parar y dando vueltas.


 


Haciendo esas cosas que se hacen


cuando el amor nos corre por las venas;


sintiendo esas cosas que se sienten


cuando el amor nos quiebra la cabeza.


 


En sus ojos veían reflejarse


un brillo parecido el de una estella;


ese brillo que luce penetrante


cuando se abrazan dos almas gemelas.


 


En sus mentes comparten pensamientos,


en sus cuerpos comparten tatuajes,


en la noche intercambian mentiras,


en el día intercambian verdades.


“¡Podría estar así toda la vida!”


pensaban los dos mientras se tocan.


¡Si se pudiera detener el tiempoimages/stories/premiosliterarios2018/dsc_0846.jpg


en el reloj que asesina estas horas…!


 


Bebieron por mandato del destino,


el brillo de sus ojos le cegaba,


y se seguían cogiendo los meñiques,


y se seguían queriendo con el alma.


 


Mientras seguían mirándose y riendo


solo una mano les guiaba a casa.


Pensaban que la vida es eterna,


pensaban que la vida nunca pasa.


 


Creían que no existen cinturones


que salen dos vidas enamoradas;


que el amor se salva solamente


con caricias, con besos y miradas.


 


¡Y se paró el reloj tan bruscamente!,


El destino pensaba en otras cosas,


y se cosechó sus vidas de repente


en una negra curva peligrosa.


 


Amigo de mi alma, yo te quiero,


no quiero que te vayas y que sufras,


por eso te reclamo y lo reitero:´


“amigo mío, si bebes, no conduzcas”.

PRIMER PREMIO DE NARRACIÓN EN LA CATEGORÍA INFANTIL: José Manuel Maldonado Muñoz.

DAVID Y LOS DESEOS

Érase una vez un niño llamado David que era muy pobre y vivía en una ciudad que también era muy sucia y oscura porque la gente no tenía dinero para arreglar sus casas.

Los niños no tenían parques donde jugar y estaban siempre por las calles.

Un día David, en sus paseos, encontró un pozo muy viejo. Se acercó y oyó una voz que le dijo que era un pozo de los deseos. Como no tenía nada que perder y estaba solo, David le explicó al pozo lo que ocurría en su ciudad y le pidió al pozo que le concediese el deseo de que todo fuese de piezas de lego.images/stories/premiosliterarios2018/dsc_0833.jpg

De esta manera, pensó el niño, que cada uno se podría construir lo que quisiera: casa, piscinas,granjas con muchos animales para que todo el mundo tuviera para comer, parques para que los niños jugasen. Y todo sería más bonito porque tendría mucho color.

Cuando volvió a su casa todo se había cumplido y la ciudad parecía otra totalmente distinta. Todo el mundo era feliz y se construyeron bonitos edificios donde vivían con comodidad y alegría.

Pero un día, un hombre muy malo que venía de otro país vio lo que se podía conseguir con esas piezas y creó un ejército que metió miedo a los habitantes de la ciudad que nunca habían tenido que luchar y no tenían armas.

El ejército del hombre malvado estaba ganando todas las batallas, pero entonces a David se le ocurrió que podría construir un gigane enorme, más alto que la torre del reloj de la Plaza. Se puso manos a la obra y lo construyó. Cuando se presentó subido a los hombros del gigante, el ejército que atacaba la ciudad se acobardó y todos los soldados salieron huyendo. Unos pocos se quedaron a vivir en la ciudad porque les había gustado mucho y ayudaron a David y a sus amigos a detener al hombre malvado que había comenzado la guerra. Lo encerraron en una cárcel y tiraron la llave al pozo para que nunca más pudiera hacer daño.

Se acabó la guerra y hubo paz. Pero algunos listillos comenzaron a construir cada vez casa más grandes y a vendérselas a sus vecinos muy caras. Los vecinos tenían que trabajar muchas horas para poder comprar esas casas y ya no podían disfrutar de sus bonitas casas y de los paseos con sus hijos por los parques llenos de columpios y toboganes de colores.

David volvió al pozo de los deseos y explicó lo que estaba pasando asustado de que todo se estropeara de nuevo como al principio. El pozo le sugirió que, como era mágico podía conseguir que todo el mundo tuviera lo suficiente para vivir sin problemas y que todos tendrían las mismas casas: las casas serían todas iguales, todos tendrían los mismos coches y motos y bicicletas y de esta manera no querrían tener otras cosas mejores que las de sus amigos, no tendrían envidia y todos serían igual de felices. A David le pareció una buena idea y así lo hizo el pozo.

Desde entonces la ciudad de David es conocida como «La Ciudad de la gente feliz».

PRIMER PREMIO DE NARRACIÓN EN LA CATEGORÍA JUVENIL: Eva Horrillo Sánchez

La Condesa Elisabeth I.


 


25 de septiembre de 1991


Era una oscura y fría noche de otoño. La niebla cada vez era más densa y la visibilidad era menor. La luna llena apenas intentaba dejarse ver. Procuraba llevar la linterna, apuntando con ella a cualquier sitio del proviniese un ruido escalofriante. En la profundidad de aquel bosque en el que estaba atrapada, era difícil saber si tropezarías y caerías de bruces o cabía la posibilidad de no regresar, como mínimo, a las afueras de la ciudad.images/stories/premiosliterarios2018/dsc_0843.jpg


 Alice, así se llamaba la chica que se encontraba atrapada en el interior del bosque, percibió un ruido proveniente de unos matorrales. Agudizó la vista para saber de qué animal podría tratarse, pero con solo ver unos ojos rojos, mostrando que estaban sedientos de sangre, la chica salió corriendo, retrocediendo en sus pasos, sin saber si lograría llegar a casa o, simplemente, quedarse atrapada en las profundidades del bosque.


 31 de octubre de 2018


 En la clase de Historia, se escuchaban los murmullos de los estudiantes planeando qué iban a hacer en Halloween este año y cómo eran sus disfraces, mientras la profesora explicaba la Guerra de la Independencia. Lisa, una de las estudiantes, no estaba entre las murmuradoras. Ella prefería estar pendiente de las aburridas clases en lugar de hacer lo que los demás hacían.


Aquella espantosa clase acabó dando fin a otra jornada de clases. Ella suspiró y salió cargando con una mochila que pesaba alrededor de veinte kilogramos. Se vio interrumpida en la salida por Marta. Lisa nunca había podido evitar envidiar a Marta. Aquella melena rubia, lisa y bien cuidada, su estatura, que al menos llegaba a la media, y su alta capacidad para mantener el moreno veraniego. Sin embargo, ella no le gustaba su pelo moreno, rizado y casi imposible de mantener bien desenredado, su estatura de gnomo de jardín y su blanco nuclear que solo el verano podía arreglar transformándolo en rojo. Pero había algo que nunca cambaría: sus ojos amarillentos, grandes y decorados con grandes abanicos de pestañas.


 Lisa se mantuvo a la espera de que la chica le dijera algo, pero lo único brotó de sus labios fue:


 -¿Qué vas llevar para Halloween?


 Lisa no lo sabía. Esa vez, no tenía listo ningún disfraz.


 -No tengo nada esta vez, creo que no iré este año –respondió con un desliz de tristeza.


 -Pues repite traje, ¿quién no ha hecho eso alguna vez? –dijo-. Bueno, nos vemos a las nueve.


 Lisa parecía angustiada en decidir qué traje ponerse. Sin duda alguna, eligió el primero que vio. Nada más ponérselo, ya sintió la presión en su cuerpo de aquel asfixiante vestido. El año pasado estaba igual de apretado o incluso más.


 Sus ganas de maquillarse fueron igual de motivadoras que las de vestirse. Trató ponerse más pálida aún de lo que era. Su último toque fue pintarse los labios de rojo y colocarse unos colmillos postizos. Iba vestida de vampiresa.


 Salió de su casa y se fue. Allí estaba un grupo de chicos; algunos los conocía, pero había una que le llamaba la atención. Era una chica de pelo corto, castaño con mechas rojas en su flequillo, sus ojos eran negros y su piel llegaba hasta superar a Lisa. Según Marta, esa chica se hacía llamar Alice.


 Esa tal Alice no dejó de mirar a Lisa durante todo el trayecto que hicieron. Lisa se sintió intimidada. No le gustaba que la mirasen durante tanto tiempo. Lisa cogió color en las mejillas de la sensación de angustia y de intimidación.


 -Reto nuevo para Halloween: ¿quién se atreve a entrar en el bosque? –dijo un chico que pertenecía al pequeño grupo.


 -No me parece buena idea –soltó Lisa interrumpiendo las fantasías del chico.


 -¿Por qué? ¿Tienes miedo? – le desafió.


 En parte era cierto. Lisa no podía evitar temer a aquel bosque profundo y tenebroso, y más aún de sus horribles historias de niños desaparecidos en el interior de aquel sitio. Pero tampoco le gustaba que la desafiasen con tener miedo o cualquier cosa que le molestara.


 -No tengo miedo, pero el problema es que hay miles de historias de desapariciones dentro de ese sitio. ¿No las habéis escuchado nunca? –preguntó casi con voz temblorosa.


 -Lisa, por favor. Esas historias serán urbanas o leyendas para meternos miedo y no hacer estupideces –siguió defendiendo su idea el chico.


 -Y yo lo que quiero es no cometer una estupidez.


 -¿Y si entramos en parejas? –propuso Marta-. Quizás así haya menos riesgos.


 -Puede que haya menos riesgos pero más víctimas –replicó Lisa.


 -Porque te den miedo unas historietas de las que nadie se acuerda, no significa que nosotros no vayamos a entrar.


 Vio cómo se ponían en parejas. La única que faltaba era Alice, con la cual decidió ponerse de pareja para entrar en aquel sitio. No podía creerse que Marta hubiese preferido ir con ese tipo al que no conocía de nada en vez de con ella. Era como una traición. Ahora le tocaba ir con una chica que no hablaba nada y solo la miraba fijamente como si ella le hubiera causado algo malo.


 Se adentraron en la profundidad de aquel bosque. Alice insistía en quedarse atrás para, según ella, vigilar cualquier movimiento o sonido peculiar. A Lisa le resultaba extraño o quizás la chica era la que le resultaba extraña. Siguieron camino hacia delante cuando, de pronto, Lisa sintió un golpe en la cabeza que la quedó inconsciente. Todo se oscureció…


 Logró percibir el sonido de unas voces en plena discusión; no conocía ninguna. ¿Qué había pasado? Solo recordaba haber entrado en un bosque acompañada de una chica y luego sintió como si le diesen un fuerte golpe. Poco a poco y con dificultad, logró abrir los ojos. Vio a una chica que la resultaba familiar… ¡Alice!, y luego otra persona, un hombre. Aquel hombre tenía el pelo castaño, unos ojos felinos, profundos e hipnotizantes, y de color… ¿Rojo? Su piel era igual que blanca que la de Alice.


 -La señora ha despertado –anunció una voz. Lisa se giró, pero no logró ver a nadie.


 Ambos dirigieron sus miradas a Lisa. Estos se acercaron a la velocidad de la luz. Ella con la ayuda de sus brazos, comenzó a alejarse de los dos. ¿Qué les ocurría? Lisa empezó a tener miedo, pero también estaba dolorida por el golpe en la cabeza, con lo cual no sabía si salir corriendo o dejar que los individuos hablasen.


 -Elisabeth, ¿qué te ocurre? –preguntó el hombre.


-Yo no me llamo Elisabeth. ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? –fueron las primeras preguntas de Lisa.


 -Se lo he dicho. No se acuerda de nada –dijo Alice-. Esta chica no es Elisabeth.


 -Claro que es ella, mírala –siguió insistiendo el hombre.


 -Déjelo. Es un intento en vano –suspiró Alice-. Vámonos –Alice le extendió la mano y Lisa la aceptó.


 -Me da igual si se acuerda o no, la ayudaremos a recordar.


 Ambas se dirigieron a la salida. Aquel hombre estaba impidiendo el acceso al exterior. Lisa miró al hombre ese, mientras que Alice gruñía. Estaba bastante claro que no quería que se marchasen.


 No supo cómo, Lisa acabó en una silla con ese hombre delante. Vestía extraño, como si fuera un vampiro.


 -Escúchame –le dijo el hombre-. Puede que no se acuerde de mí. Pues soy el Conde Robinson III. Vos sois la Condesa Elisabeth I. Si os preguntáis qué hacéis aquí, es porque sois mi prometida. He estado buscando durante miles de años para volver a encontrarla.


 -No soy condesa, no me llamo Elisabeth, no sé dónde estoy, no estoy prometida con nadie, y lo único que quiero es regresar a casa.


 -Vos padecéis amnesia y estáis prometida conmigo. Lucy, por favor, llévenla a su cuarto y prepárenla para la cena –ordenó Robinson.


 Lucy, una mujer de cabellos blancos recogidos en un moño, de ojos azules profundos y de piel pálida, entró en la sala. La sostuvo del brazo y la guio por una serie de escalones hasta una habitación iluminada por antorchas, como todo el castillo, con una gran cama, un tocador frente a la cama, un armario y una ventana. Lucy la mandó a quitarse la ropa que llevaba y se pusiera la que ella le entregara.


 -Vos estáis preciosa –dijo Lucy mientras le arreglaba el pelo.


 Alice entró en la habitación y le ordenó a Lucy que se fuera. Lisa no tardó en preguntarse qué hacía ella ahí. También volvieron las dudas.


 -Lisa, si tienes dudas…


 -Necesito que me las resuelvas –la cortó rápidamente.


 -Hace tiempo, mucho tiempo, el Conde Robinson consiguió prometida, Elisabeth I. Él, a pesar de ser frío y con pocos sentimientos, llegó a enamorarse perdidamente de ella. Con el tiempo, Elisabeth falleció por una enfermedad debido a que era humana y la enfermedad bastante fuerte. Él, después de eso, se volvió loco y prometió encontrarla hasta el fin del mundo para casarse con ella –dijo sentándose en la cama.


 -¿Cómo que era humana? ¿Qué sois vosotros? –preguntó asustada.


 -Somos vampiros –respondió-. No te asustes. Yo no hago nada. Pero para casarte con el Conde, él debe convertirte en vampiresa. Tú eres la Condesa Elisabeth, vos sois la Condesa Elisabeth I.


 Lisa comenzó a retroceder, asustada. ¿Cómo le había podido ocurrir esto a ella? Ella no había hecho nada. La aparición de esas criaturas hacía que sus deseos de huir fuesen mayores. No quería que un vampiro le mordiera y ella se volviera una vampiresa malvada.


 Alice parecía relajada. Lisa, a pesar de temerla, le tenía una especie de confianza. Quizás pudiera ayudarla a comprender que cabía la posibilidad de que fuese cierto que ella hubiese sido en una vida una condesa y que su nombre no fuese Lisa y fuera Elisabeth. Algo curioso era que su nombre se pareciera al otro, con lo cual levantaba más razones para que aquella locura fuera cierta. Aun así, ella no quería casarse.


 -¿No tienes miedo? –preguntó Alice sonriendo.


 -No… Puede que un poco –admitió mirando abajo.


 -Ahora debes saber que nosotros no hablamos de la misma forma que vosotros, los humanos –dijo Alice, sonriendo-. Aunque yo sé hablar igual.


 -Ya lo sé. Sois de otra época.


 -Bueno, vamos tenéis que ir al salón. El conde os espera. Yo he de prepararme.


 Lisa salió de aquella habitación y se encontró con Lucy a un lado de la puerta. Su semblante estaba serio y sus manos estaban cruzadas. Giró su rostro y Lisa se asustó. Los ojos azules de la mujer eran tan profundos que temías quedarte atrapado en ellos.


 -Sígame, señora –dijo con su voz clara.


 Volvieron a bajar las interminables escaleras y acabaron en la sala de antes. Cruzaron esta y pasaron por unos pasillos largos iluminados con las antorchas. Llegaron a una puerta inmensa. Lucy la abrió y dejó a la vista una enorme sala con mejor iluminación que los pasillos y las habitaciones de todo el castillo. Había una gran mesa en el centro repleta de comida. Había sillas en ambos lados de la mesa y luego había un gran sillón. Lisa supuso que ahí se sentaba el Conde Robinson.


 -El conde tardará unos minutos –aclaró la ausencia-. Vos iros sentándoos.


 Lisa se acercó a la mesa y se sentó en la silla más lejana a la del conde. Alice apareció por las grandes puertas. Esta se sentó a su lado. Lisa se sentía incómoda. Principalmente por la situación en la que estaba, y luego por aquel vestido. ¿Cómo era posible que las mujeres de esas épocas aguantasen tanto tiempo con aquella ropa?


 La puerta se abrió y el conde apareció. Alice se levantó, y Lisa no tenía ni idea de qué debía hacer. Imitó a Alice, suponiendo que las acciones de la chica serían correctas. Hizo aquella reverencia igual que Alice, solo que ella estaba con un rubor en las mejillas. El conde, aún bastante serio, se sentó en el sillón.


 -Pueden comenzar –dijo secamente.


 Lisa agarró uno de los cubiertos empezó a comer. Una pregunta rondaba por su cabeza: si eran vampiros, ¿no se supone que deberían beber sangre? Aquella duda, quiso compartirla, pero temía que se rieran de ella o cosas peores.


 -Tengo una pregunta: si son vampiros… ¿no se supone que deberían beber sangre humana?


 El Conde Robinson paró de comer y educadamente se limpió la boca. Miró a Lisa de aquella manera que solía intimidarla. Ella volvió a sonrojarse de inmediato. Robinson miró a Alice, quien prefirió no unirse a la conversación. Solo mantuvo la mirada al frente.


 -Elisabeth, ¿qué os ha… comentado mi querida hermana? –Robinson la miró de igual manera.


Lisa no pudo evitar bajar la mirada. Alice clavó la vista en los ojos de Robinson, quien se mantenía impaciente a la respuesta de Lisa.


 -Había que decírselo –fue la justificación de Alice tras aquel debate de miradas fulminantes que se habían lanzado continuamente, y en la cual Robinson había sido capaz de obtener la respuesta necesaria.


 -Pues en mi opinión sería mejor habérselo dicho a su debido tiempo.


 -Es decir: nunca.


 Aquella disputa dio por finalizada tras las últimas palabras de Alice. Lisa se sentía incómoda al estar presente en una discusión de desconocidos, sabiendo que ella era parte de esta.


 Los días continuaron. Lisa no era capaz de permanecer allí. Sus intentos de escapes se habían dado en muchas ocasiones; sin embargo todos ellos habían sido detenidos por el mismo conde, quien pretendía que no se marchase a ningún lado que no fuera aquella estúpida torre del castillo.


 Robinson había tratado de ser un poco más abierto a Lisa, pero solo había logrado que ella no le hablara por timidez u odio por fastidiar sus huídas. También se dedicaba a pasear con ella por los frondosos jardines y siempre que veía una rosa negra, no dudaba en dársela, pensando que así quizás lograría demostrarle su amor incalculable hacia ella.


 Pero Lisa solo la aceptaba, y cuando se encerraba en aquella habitación, vacilaba entre si quizás Robinson no fuera tan frío como se pensaba ella y que tenía un buen corazón o solo para quedar bien. Hasta que recordaba que él siempre saboteaba de cualquier manera sus intentos de salir de su castillo, y destrozaba las rosas.


 Robinson observaba cómo las flores las destrozaba con furia a la vez que lo insultaba. Él sentía irritación, dolor y tristeza mezclada en su interior. Se concienciaba de que con el tiempo, lo lograría.


 Llegó el día en el que Lisa se convertiría en la esposa de Robinson. Ella tenía miedo porque gracias a Alice sabía lo que le tocaba. ¿Qué le ocurriría cuando la mordiese? ¿Perdería la memoria o algo así? Aquellas dudas rondaban en su cabeza como un tiovivo.


 Lucy estaba apretándole aún más el corsé, el incómodo corsé. A Lisa le era inevitable soltar quejidos de lo apretado que era. Seguidamente, la ayudó con el vestido blanco. Lucy la peinó, y Lisa no paró de soltar quejidos.


 -Buena suerte –fueron sus palabras.


 Lucy abandonó la sala, dejándola completamente sola. Cerró la puerta detrás de sí, agarró una silla y la colocó en el pomo para que la puerta no se abriera. Agarró las sábanas de la cama y comenzó a anudarlas, formando una especie de cuerda con la que bajaría por la ventana. Puso sus pies sobre el alféizar y vio lo alto que estaba. Había agarrado la cuerda en uno de los pomos del armario. Comprobó que no se soltara y dejó caer las sábanas.


 -Elisabeth –escuchó a Robinson al otro lado de la puerta-. No os atreváis a…


 Demasiado tarde. Lisa ya había empezado a bajar. Lisa se aseguró de que él no la siguiese. Continuó bajando lentamente, procurando no caer. Sin embargo tuvo un despiste y cayó. Su grito retumbó tanto que los pájaros se fueron volando, espantados, y cerró los ojos.


 Unos brazos la agarraron y su grito cesó. Se agarró lo más fuerte que pudo, pero no abrió los ojos en ningún momento. Por fin, su espalda chocó contra el suelo. Abrió los ojos y vio el cielo azul. Miró a ambos y supo que estaba en el jardín. Intentó levantarse, pero no pudo con el peso que tenía encima. No se movía, no hablaba, no sabía si respiraba… Asustada, trató de darle la vuelta y le vio el rostro. El sol apuntó al rostro de Robinson haciendo que brillase. Se acercó a su rostro para saber si estaba vivo.


 -Robinson –murmuró Lisa. Pasó su dedo índice por su rostro.


 Sus ojos se clavaron en los de Lisa y esta se echó hacia atrás del susto. Él se levantó con parsimonia, soltando algún quejido. Se pasó la mano por el pelo, alborotándoselo un poco más. Dirigió su mirada a Lisa, quien permanecía asustada. Robinson no evitó abrir su mandíbula hasta el suelo de lo guapa que le parecía Lisa con aquel vestido. Volvió a su aspecto serio en menos de diez segundos.


 Lisa, como pudo, salió corriendo de Robinson. Esta no tardó en ser atrapada por él, de nuevo. Siguió tratando de escapar, pero era imposible. Allá donde fuera, la seguía.


 -¿Vais a estar toda la mañana así? –preguntó burlescamente.


 -Dejadme en paz –pidió Lisa.


 -Podría estar haciendo esto, pero me aburre –dijo pasándose por alto la petición-. Así que no le importara que la lleve a la ceremonia.


 -No va a haber una ceremonia ni nada. Yo me voy a ir de este maldito castillo. No quiero casarme con vos porque no le conozco de nada.


 Robinson la agarró del brazo y la giró, bruscamente. Ella soltó un quejido y trató de soltarse, pero no pudo. Luchaba y luchaba por salir, y nada. Paró y bajó la mirada, con inmensas ganas de llorar. Ya no escaparía, le tocaba sufrir el resto de su vida. Robinson la agarró de la barbilla y se acercó tanto al rostro de Lisa que pensó que la iba a besar, y así fue. Se separó y solo podía abrir los ojos y encontrarse con él. Le apeteció soltar un grito que no venía a cuento, pero le apetecía. ¿De verdad se acababa de besar y no reaccionaba? La volvió a llevar a la habitación y la dejó en el suelo, cuidadosamente a pesar de su brusquedad anteriormente usada. Abandonó la habitación, dejando a Lisa, descolocada de lugar.


 -¿Qué? –fue lo único que murmuró débilmente, posando dos dedos en sus labios.


 Alice entró en la habitación, con brusquedad. Se notaba que Robinson y ella eran hermanos. Se quedó seria y de brazos cruzados, después una sonrisa traviesa apareció en su cara junto a un arqueo de ceja. Lisa no tardó en saber a qué se debía.


 -Ni yo misma me lo creo –dijo Alice, divertida-. ¿Estáis bien?


 -Sí –respondió rápidamente-. ¿Lo habéis visto?


 -¡Pues claro! –exclamó divertida.


 Lisa agachó la cabeza, ocultando su sonrojo. ¿Le había gustado? No, ella debía salir de ahí cuanto antes. Sus padres, sus amigos y la gente en general que conocía, estaban preocupados.


 -Bueno, debéis bajar. El conde os espera impacientemente, como es.


 Salió de la habitación y Lisa fue segundos después. Bajaba lentamente las escaleras, procurando no caerse y no mancharse el vestido. Su cara, no es que se dijera que era de plena felicidad; más de ganas de llorar, pero no lo hizo. Llegó a la sala en la que estuvo el primer día, es decir, el día en el que la raptaron, injustamente. Vio a lo lejos a Robinson, quien se mantenía serio.


 La ceremonia dio comienzo nada más Lisa pisar el último peldaño. Lisa evitaba el contacto visual con el conde. No podía mirarlo igual, aunque después de todo, se tendría que acostumbrar. Su boda daría por acabada cuando dijeran aquellas palabras que nunca se acordaba y se dieron el beso.


 -Puede besar a la novia –dijo Lucy, quien se había encargado de ser la testigo de la boda.


 Lisa alzó la mirada, lamió sus labios y esperó a que aquello pasara. Robinson lo volvió a hacer y Lisa sintió aquel cosquilleo. Ahora venía lo peor: ¿enserio la mordería? Lisa se puso nerviosa y dio un golpe en el estómago de él, pero no consiguió nada. Salió corriendo al haberse zafado. Robinson quiso atraparla, pero aquella vez no era tan rápido: no había tomado sangre suficiente y la había gastado en salvar a Lisa. Aun así, fue haciendo lo que pudo.


 Lisa corrió llegando por fin al bosque. Se tropezó muchas veces a causa del vestido, pero continuó. Paró para recuperar el aliento, miró hacia atrás y observó que Robinson le pisaba los talones. Prosiguió su camino sin saber muy bien adónde se dirigía. Se puso en la piel de los desaparecidos de las historias que le contaron, pero ella vivía la historia y, también, había descubierto la causa de la desaparición de todos aquellos niños y adultos. Tropezó y cayó de bruces al suelo. Su pie izquierdo le dolía mucho, se habría lesionado a causa de la caída. Robinson la atrapó y ella gritó lo más alto posible.


 -Suéltame –chilló irritada.


 Robinson tapó la boca de la chica, mientras ella no cesaba sus gritos. La chica trataba de detenerle con los brazos, pero era en vano. Paró de gritar y él la mordió en el cuello con sus afilados y blancos colmillos. Lisa chilló, pero se quedó como desmayada. El chico aprovechó para beber los restos de la sangre que fluía. Se limpió la boca y esperó a que la chica despertara.


 Elisabeth despertó sin lograr recordar nada. Se encontraba tirada en el suelo del bosque junto a un chico, al cual no recordaba, y vestida de novia. Se incorporó pasándose una mano por los sienes, tratando de recordar. Solo recordaba que se casó con aquel chico, que la había besado y poco más.


 -Os he esperado cientos de años para volver a encontraros –sonrió por primera vez.


 Ahora a Elisabeth no le importaba nada. Solo quería estar con el conde, solo amaba el conde. Nada había ocurrido. Solo recordaba que siempre estuvo enamorada de él. La Condesa Elisabeth I y el Conde Robinson III, por fin vivieron felices.

PRIMER PREMIO DE NARRACIÓN EN LA CATEGORÍA DE ADULTOS: Manuela Muñoz Manzano

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